La primera mujer en Schoenstatt
El sábado 3 de julio tuvimos el gran regalo de disfrutar del Taller 2020: La primera mujer en Schoenstatt, a cargo de la Hna. Mariela, nuestra Asesora y de la Arq. Patricia García Castro, miembro de la Federación de Mujeres de Argentina.
Gertraud von Bullion
Breve semblanza
Gertraud von Bullion, nació en una familia noble del sur de Alemania. Fue educada y capacitada para gobernar y dirigir en buenos colegios católicos de Alemania, Francia, Bélgica e Inglaterra.
Desde muy niña ya se manifestó en ella una profunda religiosidad, con un marcado acento apostólico. En la época de preparación a su primera Comunión escribió en su diario: “Dios mío, que jamás cometa un pecado mortal. Haz que sea religiosa misionera.” Y sobre el final cuando se le preguntó por la gracia especial que recorría su vida, respondió sinceramente: “el impulso de trabajar apostólicamente”. Y hay que decir que en esta área Schoenstatt significó para ella un camino de plenitud.
Era una joven alegre y vital, que participaba con entusiasmo de la vida social de su entorno.
De carácter abierto, lúcida, con un corazón cálido y sincero, pero también podía dejarse llevar por el orgullo y la terquedad. En ella se unían la tendencia al heroísmo que suele encontrarse en los hombres, y un auténtico espíritu de sacrificio en el servicio al prójimo, tan propio de la mujer.
Esta es a grandes rasgos la personalidad de esta joven mujer que, como ya dijimos, la Mater eligió para abrir las puertas de Schoenstatt a las mujeres. El trabajo que realizó en su persona fue extraordinario. Tomando como base la fuerza motriz de su carácter, el orgullo, expresado en una profunda conciencia del deber y espíritu de lucha, fue llevándola a crecer en una entrega magnánima y generosa a Dios y a los hermanos.
“¡Qué hermoso fue el momento de entrar en el Santuario! Me arrodillé ante la Virgen y sólo atiné a decirle: ‘Madre, aquí estoy de nuevo. Te he traído un regalo: mi corazón. Pero también algo que te alegra más aún: te hago ofrenda de mi carácter fuerte, de mi mundo, de mi yo. Me alegraría mucho que tú se lo dieses a Jesús». (Extracto de su diario durante una Jornada en Schoenstatt, 1924.)
Desde su ingreso a Schoenstatt, la idea del sacrificio pasa clara y decididamente a primer plano. En los primeros años de la Federación (1920 – 1925) se manifiesta en actos concretos en la línea del espíritu de pobreza puesto al servicio del apostolado. Más tarde esta entrega abnegada se convertirá en la actitud fundamental de su alma, fundamentalmente en razón de una enfermedad grave contraída durante la guerra que la lleva a crecer en humildad en diferentes situaciones.
Su frágil salud la llevó a poner freno a su impulso a la acción. Ella, fundadora de la rama femenina de la Federación, tenía el anhelo de ser parte de la Comunidad de las Hnas. de María, sin embargo hubo de renunciar y aceptar que el rol previsto por la Mater para ella estaba más en el ofrecimiento de sus limitaciones que en una intensa actividad apostólica.
En su consagración solemne del año 25, llegó a ofrecer su vida por el Movimiento y la Federación. Dios aceptaría su ofrenda después de 10 años de enfermedad a la temprana edad de 38 años.
Cómo conoció Schoenstatt
A poco de iniciada la guerra en agosto de 1914, la joven condesa que por entonces tenía 23 años, respondiendo a su conciencia del deber y a su espíritu patriótico, se enroló voluntariamente en la Cruz Roja en calidad de enfermera de guerra. Durante ese tiempo trabajó en salas repletas de heridos y enfermos, en una lavandería de hospital militar y en trenes ambulancia, haciendo distinto tipo de servicios.
La Mater aprovechó sus dotes musicales, su voz educada y su anhelo apostólico para conducirla hacia Schoenstatt. Estando en el hospital Fenelon, Gertraud decidió usar sus conocimientos musicales para crear un coro a fin de ayudar tanto a los soldados heridos como al cuerpo médico y de enfermería a elevar su alma a Dios durante las celebraciones litúrgicas. Para ello había formado un coro con el que animaban las Misas dominicales y las fiestas.
Al ser trasladada al hospital de Mons en Bélgica, repitió esta experiencia logrando un coro mixto del que participaban varios seminaristas que prestaban servicios de auxiliares de enfermería. Entre ellos se distinguía el suboficial Salzhuber, seminarista palotino de Limburgo que había cursado sus estudios secundarios en Schoenstatt. Allí había ingresado a la floreciente congregación mariana. Salzhuber coordinaba en el hospital un grupo de seminaristas y religiosos que se reunían periódicamente a compartir e intercambiar reflexiones y cultivaban la camaradería y la amistad.
Gertraud estaba al tanto de esta hermosa y provechosa unión de los seminaristas, los conocía personalmente por la labor del hospital y por su coro. De ahí que solicitara a Salzhuber más información sobre el trabajo y organización de sus grupos. Ella había ingresado en la congregación mariana durante sus estudios en Inglaterra, y por eso le interesaba mucho saber cómo la congregación de Schoenstatt mantenía un vivo y bendecido contacto con sus miembros que estaban en el frente. Gertraud observaba que los congregantes realizaban una exitosa actividad apostólica en medio de circunstancias sumamente difíciles y esto le resultó especialmente interesante.
El hermano Salzhuber le proporcionó la información deseada, procurando motivar a Gertraud a aplicar un método similar de trabajo entre las enfermeras. Le pasó también material sobre Schoenstatt (su apuntes y algunos números de la revista MTA que el Padre Kentenich editaba para los congregantes en el frente) y le regaló una imagen de la Madre tres veces Admirable. Además, cumpliendo con su pedido, hizo anotar el nombre de Gertraud en el libro abierto de la capillita.
En 1917, Gertraud toma contacto epistolar con el P. Kentenich, pidiéndole si podría asumir su dirección espiritual:
“Corrían los tiempos de la Primera Guerra Mundial… Y en ese marco, se nos aparece la figura del seminarista Francisco Javier Salzhuber, fue este hermano quien invitó a la condesa Gertraud von Bullion a acercarse a Schoenstatt. Gertraud buscaba acompañamiento espiritual y me envió una larguísima carta en la que me exponía su deseo. Por mi parte, yo me había propuesto no asumir tareas de dirección espiritual de mujeres hasta cumplir los 35 años. Entonces tuve la feliz idea de recurrir al Padre Provincial, el P. Miguel Kolb, a quien le pedí que se hiciese cargo del caso. El Padre aceptó…” (Conferencia del P. Kentenich en 1940)
Durante la guerra, la Providencia en su sabiduría marcó profundamente a Gertraud en este tiempo de guerra, no sólo en su actividad apostólica futura, sino que también la invitó a una entrega heroica. En el hospital había adquirido su enfermedad. Al finalizar la guerra su salud estaba dañada, pero ella pensaba en la vida y en las tremendas tareas que Dios suele proponer a un alma grande. Ella vislumbraba el camino. Ese camino la llevaría a Schoenstatt. La Madre tres veces Admirable la tomó y escogió como instrumento para llevar Schoenstatt al mundo de la mujer y ser ella misma la primera en ingresar al Movimiento.
Schoenstatt se abre para las mujeres
Cuando Gertraud regresó del frente de batalla a su hogar, se preguntó cuál sería su futuro campo de trabajo. Contaba por entonces 27 años. En función de sus talentos pensaba emprender una carrera ligada a la música y el canto. Pero por otro lado se sentía inclinada a trabajar en la enfermería o en la asistencia social de la mujer. Es interesante ver como la Sma. Virgen también aprovechó en ella y cómo del horror de la guerra supo encauzar su anhelo misionero:
“Quiero darle primacía a la labor misionera entre el proletariado de nuestras ciudades, proletariado alejado de Dios, por encima de la labor misionera en el extranjero… ¿Por qué? Porque si bien resulta difícil convencer a los paganos de la verdad de nuestra religión y ganarlos para ella, es mucho más fatigoso hacerle ver el verdadero sentido de su vida a una persona muy degradada, amargada y azuzada, cuyo pensamiento y aspiraciones están cifrados por completo en las cosas de este mundo.” (Carta del 30 de marzo de 1919)
Por esta época Gertraud clarifica su vocación a una entrega total a Cristo. Esto también hubo de conquistarlo a fuerza de luchar valientemente, ya que su padre quería convencerla de que aceptara una propuesta matrimonial querida por él, haciéndole sentir toda su autoridad paternal. Sin embargo y con gran dolor, por el cariño y respeto que sentía por su padre, ella rechazó con firmeza este proyecto porque se había decidido por otro camino para su vida.
Finalizada la guerra, algunas de las mujeres que habían conocido Schoenstatt en el frente, tal como lo hicieron también los hombres que no pertenecían a Schoenstatt, solicitaron al Padre poder participar en el Movimiento. Así es que se funda la Federación Apostólica. Sin embargo la mujer no tenía aún acceso, todavía era necesario sortear algunos obstáculos.
Uno de ellos y no el menor precisamente era convencer a los mismos congregantes, que pensaban que con la incorporación de las mujeres, Schoenstatt perdería fuerza en la lucha por los ideales. Los argumentos que el P. Kentenich esgrimió a los varones en favor de la participación de la mujer eran: por un lado que Schoenstatt estaba llamado a ser una obra universal y en este sentido también debía incluir a la mujer y por otra parte, veía a Schoenstatt como una obra para los próximos siglos y para ello se necesitaba contar con la fidelidad de la mujer, demostrada ampliamente al pie de la cruz…
“Para mí la integración de la mujer en la organización global del Movimiento era algo evidente. Pero había que resolver dos cuestiones: en primer lugar justificar ante la comunidad esa fundación, y hacerlo en consonancia con el pensamiento de Vicente Pallotti. Y en segundo lugar, ponerse de acuerdo sobre cómo incorporar y organizar gradualmente a los nuevos miembros.
Por entonces la propuesta de una comunidad femenina de vínculos estrechos como la Federación de Mujeres hubiera sido juzgada inaceptable por la comunidad palotina. De ahí que nos decidiéramos por fundar primero la Liga Apostólica femenina y dejar lo otro para más tarde, cuando las cosas hubiesen madurado un poco más…” (Extracto de una conferencia del P. Kentenich el 1º de enero de 1940)
Durante el año siguiente, 1919, Gertraud continuó su contacto por carta con el hermano Franz y con la suscripción a la revista MTA. Así fue que se enteró del desarrollo del Movimiento de Schoenstatt, de la fundación de la Federación y de la Liga Apostólica. Sintiéndose ya ligada desde un principio al ideal y al lugar de peregrinación de Schoenstatt, Gertraud deseaba fervientemente incorporarse oficialmente al Movimiento. Escribió entonces una larga carta al P. Kentenich.
Su solicitud y otra que le llegó al Padre de parte de una maestra del Palatinado, lo motivaron a gestionar la admisión de mujeres en la Federación apostólica. Pero había que resolver de qué manera podían integrarse, ya que hasta ese momento sólo existía la Federación de seminaristas y laicos. Finalmente se resolvió admitir el ingreso de las mujeres a la Liga Apostólica.
Gertraud formó junto con su prima María Christmann, un grupo de la Liga. Pero en secreto ambas decidieron cumplir con las exigencias de la Federación y trabajar en silencio como uno de sus grupos siguiendo sus estatutos. Finalmente en octubre de 1920, estando próximo el P. Kentenich a cumplir los 35 años, fueron invitadas a incorporarse oficialmente a la Federación quedando fijada la fecha para el 8 de diciembre de aquel mismo año. Esta fecha marca la fundación de la Federación Apostólica de Mujeres y con ella el inicio de la columna femenina del Movimiento de Schoenstatt.
Gertraud había hallado finalmente su lugar. Se convirtió, como ella misma escribía más tarde, en la «piedra fundamental» de la nueva rama y se comprometió con gran responsabilidad y con todas sus fuerzas por las metas, la misión y la difusión de Schoenstatt:
En oportunidad de la colocación de la piedra fundamental de la casa de la Federación escribió: “Que la Federación se vaya edificando sobre nosotras tal como esta casa se irá levantando sobre su cimiento.”
Y más tarde:
“He pensado que una piedra fundamental es algo demasiado importante, algo que salta demasiado a la vista. No, nosotras sólo queremos ser una piedra más, colocada muy hondo, en los cimientos. Una piedra que pase desapercibida, a la cual no se la vea, que descanse, oculta, en lo profundo de la tierra… Y sin embargo, coopere en sostener todo el edificio.”
Diez años más tarde el P. Kentenich aludía a la envergadura de aquel acontecimiento del 8 de diciembre de 1920 con las siguientes palabras: «Tenemos la audacia de creer que este pequeño Santuario ejercerá una influencia importante sobre el destino de la Iglesia en los próximos siglos y milenios. ¿Cómo interpretar a esta luz el humilde comienzo de la rama femenina del Movimiento el 8 de diciembre de 1920? Aquel momento de consagración privada significó nada menos que el inicio de la participación de nuestra mujer católica en la gran misión de Schoenstatt. Ha sido el hecho más trascendental y sobresaliente del año 1920».
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